¡Al Pueblo de Dios, a los hombres y mujeres de buena voluntad!
El grito de todo un pueblo ante el abandono “Cuando el pobre llama, el Señor oye...” Sal. 34,6
1. Nosotros, Obispos de la Iglesia católica en Haití, hacemos resonar “el grito de todo un pueblo ante el abandono”, y vivimos con amargura y dolor el sufrimiento de nuestro pueblo causado por la violencia ciega de bandidos fuertemente armados, el cinismo y la indiferencia de los líderes políticos, y las vacilaciones de la comunidad internacional. El grito de nuestro Pueblo, afectado hasta lo más profundo, resuena en nuestros oídos y en nuestro corazón de pastores.
Estas personas sólo piden vivir en dignidad y paz. En el fondo de sus angustias, de sus extravíos y de sus tormentos, retoma el grito de Cristo en la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? El Dios de ayer, de hoy y de mañana, nuestro Dios, sigue siendo el Dios fiel que nos vuelve a decir hoy: “He visto la humillación de mi pueblo [...], y he escuchado sus gritos cuando lo maltrataban sus mayordomos. . Yo conozco sus sufrimientos... » Éx 3,7.
2. De hecho, desde hace unos cuatro años, nuestro país vive una de las crisis sociopolíticas y de seguridad más largas y mortíferas de toda su historia. Todo el pueblo, todo el país, está afectado hasta la médula. Realmente “la historia está mostrando signos de decadencia” en Haití. El Estado ha perdido el control del territorio nacional. El crimen organizado se ha extendido a todos nuestros departamentos, a todas nuestras diócesis y a casi todas las ciudades importantes del país. La región metropolitana de Puerto Príncipe está controlada casi en su totalidad por bandidos armados, organizados en bandas. En el departamento de Artibonite, los puntos estratégicos están abandonados a sus acciones terroristas.
3. La población es rehén de la violencia despiadada de las pandillas y sus aliados; está jodido en la inacción y el silencio cómplice del gobierno. Aquí y allá en el país se libra una guerra de baja intensidad contra la población pacífica y desarmada. Pero “toda guerra deja al mundo peor que en el estado en que lo encontró. La guerra es siempre un fracaso de la política y de la humanidad...”. Vemos las espesas sombras de “la violencia al servicio de pequeños intereses de poder, codicia y división” avanzando en Haití. Los terrores cotidianos en Carrefour- Feuilles, en Lilavois (por citar sólo estos lugares), la matanza en la zona de Canaan, parecen confirmar que las bandas tienen carta blanca para actuar contra la población. Estos crímenes patrocinados contra una población indefensa van acompañados, entre otras cosas, de ataques contra iglesias y lugares de culto de diferentes religiones que ya no pueden funcionar. “Toda violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas. [...] La violencia engendra violencia, el odio engendra más odio y la muerte, más muerte”.
4. ¿Qué debemos hacer? Parece que ya hemos agotado todos los caminos ordinarios y normales. ¿Qué debemos hacer como Iglesias y personas en situación desesperada para cambiar la situación y evitar que las bandas armadas nos maten, nos masacren a todos? Desde hace más de tres años ningún grito, ninguna fuerza moral ha podido detenerlos. Y, sin embargo, debemos romper esta cadena y evitar que “el pueblo se sienta aún más desanimado”. ¿Qué debemos hacer para que nuestro país recupere la paz y el pueblo, la serenidad?
5. Como afirma el Papa Francisco, “convertirse en pueblo requiere un proceso constante en el que cada nueva generación se encuentra comprometida. Es un trabajo lento y arduo que requiere dejarse integrar y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en armonía multifacética”. Frente a la barbarie que se apodera del país, la solución no es la pasividad. Creemos que es posible transformar estos conflictos deshumanizantes en “eslabones de un nuevo proceso”. Sin duda, esto requiere valentía de nuestra parte. Y ya lo hemos demostrado cuando era necesario alcanzar la independencia. ¡Bienaventurados los pacificadores! (Mt 5:9).
6. Así, por enésima vez, nos proponemos avanzar juntos “hacia un orden social y político cuya alma será la caridad social”. Pedimos a todo el pueblo de Dios que está en Haití, a todos los bautizados aquí y en otros lugares y a todas nuestras instituciones eclesiales que permanezcan activamente, en estas horas oscuras de nuestra historia como pueblo, "una Iglesia que sirve, que sale de su casa, que sale de sus templos, quien sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad [...] para tender puentes, derribar muros, sembrar reconciliación”. Dondequiera que estemos, incluso en los rincones más remotos, a ello pueden contribuir nuestra solidaridad, nuestra cercanía, nuestra oración, nuestras exhortaciones como ciudadanos y como pueblo. Invitamos a los sacerdotes de todas las parroquias de las diez diócesis del país, a los religiosos y a los fieles laicos a organizar una verdadera cadena de oraciones, en particular una novena de oración con motivo de la fiesta de San Miguel Arcángel, por la liberación, la liberación de nuestro querido país de la influencia y violencia de las pandillas.
7. También seguimos apoyando con esperanza los esfuerzos encaminados a la resolución pacífica de esta crisis multidimensional. Alentamos todas las iniciativas adoptadas para detener el flujo de sangre y proteger a la población vulnerable abandonada a su suerte. Reafirmamos alto y claro al mundo que hay que detener este genocidio. Pedimos a quienes actualmente están en el poder que tomen medidas concretas y enérgicas para una verdadera reconciliación histórica aquí y hoy en Haití.
8. Exigimos además que los poderes públicos y otros sectores de la nación cesen al mismo tiempo en su complicidad y apoyo a las bandas armadas, que la policía se convierta en aliada de la población, que el diálogo político-social se construya en base a las necesidades reales de la gente. Que las fórmulas de solución utilizadas durante demasiado tiempo y que no consiguen nada den paso urgentemente a otras para poner fin a esta situación inhumana a la que intentamos sobrevivir y que avergüenza a una nación tan grande.
9. Que el Espíritu Santo nos ayude a discernir como pueblo el mejor camino a seguir para escapar de este infierno; Que la oración de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, patrona de Haití, fortalezca nuestra determinación de liderar la lucha por la justicia y la paz en casa. ¡Que el Señor derrame sus lluvias de bendiciones sobre su pueblo en abundancia!
Dado en la sede de la Conferencia Episcopal de Haití en Puerto Príncipe, el 14 de septiembre de 2023, en la Fiesta de la Cruz Gloriosa de Cristo.