Por: Ana Margarita Pérez Salceda
Una huella es una marca o señal que deja el pie del hombre o del animal en la tierra por donde pasa. Y una cicatriz es un parche de piel permanente que crece sobre una herida. Se forma cuando el cuerpo se cura después de una quemadura, cortadura, raspón, o llaga. También existen cicatrices por cirugía.
Mientras transitamos el extenso camino de la vida todo ser humano es responsable de querer dejar huellas o cicatrices en su paso por el corazón de las personas. Puede ser que en un momento determinado nuestras acciones duren los sentimientos de la gente que tanto queremos. De ahí la importancia de cuidar y cultivar con ternura y amor nuestras relaciones con los demás. Y si te equivocas en el modo de amar y respetar al otro, lo importante siempre será la destreza del corazón al querer rectificar y sanar la cicatriz que pudo infligir un día, en ese alguien que solo buscaba dar amor.
Hace un tiempo atrás pensaba que las cicatrices siempre dolerían, pero Dios me ha enseñado que no es así. Aprendí que el secreto está en querer convertirlas en el tiempo necesario en huellas. Y es que la cicatriz en un primer momento duele, proviene o es el resultado de una herida. Mientras que la huella no, pues esta es una marca que nos recuerda “Estoy aquí”, pero sin sentir dolor. Poseer huellas de personas que nos acaricien la vida con sonrisa, honestidad y sencillez nos hace florecer incluso bajo la tormenta.
Por ello elijo hoy quedarme con este proceso de convertir cicatrices en huellas para siempre. Porque lo realmente maravilloso es escucharle decir a la gente que te importa que su alma está tatuada de huellas bonitas con recuerdos que nunca nadie podrá borrar.
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