Por: Julio Pernús
Desean distraernos de amenaza mucho más importante: las concesiones a una empresa minera canadiense para explotar una mina de oro en el mismo lugar donde nacen el río Masacre y otros ríos binacionales.
La historia compartida entre los pueblos dominicano y haitiano ha estado marcada por profundos lazos de solidaridad y hermandad, aunque también con algunos momentos de discordia. El Tratado de Paz de 1929 estableció un modo de proceder para solucionar controversias entre las dos naciones soberanas. Se le da prioridad al diálogo diplomático y, en caso de que esto no diera resultado, los países se comprometerán a acudir al arbitraje internacional. Este acuerdo debe ser respetado para evitar el peligroso camino de la confrontación entre ambos pueblos.
En el contexto actual, no podemos permitir que los sentimientos nacionalistas generados por disputas sobre un canal nos distraigan de una amenaza mucho más importante: las concesiones a una empresa minera canadiense para explotar una mina de oro en el mismo lugar donde nacen el río Masacre y otros ríos binacionales. El modelo extractivista de la minería conduciría a la contaminación del agua que todos necesitamos para vivir, además de otros daños para la población campesina.
Nosotros, los jesuitas que vivimos y trabajamos a ambos lados de la frontera, invitamos a los líderes de Haití y la República Dominicana a que se inspiren en la gente común de la frontera, que sabe vivir en paz y armonía para beneficio mutuo. Unos para hacerle frente a nuestros desafíos comunes y para trabajar por una frontera más fraterna, y por una isla donde todas las personas tengan vida en abundancia.
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