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11abr.

¿Cómo no sentir el sufrimiento de mi prójimo más cercano?

Por: Ana Margarita Pérez Salceda

¨La peor prisión es un corazón cerrado¨  San Juan Pablo II

En la parábola del Buen Samaritano (Lc 10:25-37) había un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó y unos bandidos lo asaltaron, hirieron y dejaron medio muerto. Contemplar esa imagen me recuerda hoy a Haití. Este país sufre hoy con lágrimas en los ojos ante el mundo y tal parece que elegimos actuar como el sacerdote y el levita, que al pasar por aquel camino y ver a un hombre medio muerto no se detuvieron a socorrerlo y siguió de largo. 

Es cierto que el mal se ha apoderado de los corazones de muchos haitianos, los que sin piedad han creado bandas y masacran el país. También es cierto que la historia cuenta que invadieron a la República Dominicana allá por el 1822 hasta el 1844. El pasado nos recuerda el sabor amargo de una nación invadida, pero, ¿será que el pasado va a condicionar nuestro presente? Y la respuesta a esta pregunta no es abrir las puertas de Santo Domingo a los haitianos, la respuesta de este interrogante debe estar posicionada en una mirada de Amor y Misericordia con el país vecino. El discurso de odio y de merecen lo que padecen, no es un discurso cristiano. El ser humano tiene que decir basta a la espiral de la violencia, esa que como decía Juan Pablo II frena el milagro del perdón.

El mundo de hoy es violento, hay países en guerra, y la guerra solo deja como resultado la muerte. Es el deber de cada hombre y mujer en la tierra, elegir la paz por encima de la riqueza y el poder. El samaritano se detuvo ante el hombre que padecía, porque tuvo compasión de él. Y nosotros, ¿Queremos ser como el samaritano? Su compasión salvó la vida de aquel hombre, y su satisfacción fue la de devolverle la vida con su atención y cuidados. Mi invitación con este artículo es la de abrir las puertas de nuestros corazones al prójimo más cercano, ese que hoy sufre producto a la violencia, y lamentablemente son varios los países en el mundo que piden a gritos un gesto de buenos samaritanos.

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